domingo, 27 de agosto de 2017

Odioso blues nocturno







Los gorilas malparidos de Jan no dejan de mirarme. Tienen una especie de fijación conmigo. Lo noto en sus caras de retrasados mentales. En cada gesto. Están esperando una señal para lanzarse contra mi yugular.
    Procuro mantenerme firme.
    Saco un cigarro. Marco media sonrisa. Enciendo el cigarro.
    ¿Qué hago aquí? No lo sé, y tampoco me importa. Esta situación es como cualquier otra.
    ¿Qué hace un tipo con aspiraciones perdiendo el tiempo en un trabajo de mierda? ¿Qué hace la gente pegándose enfermedades de transmisión sexual? No tiene sentido ir más allá de lo que uno tiene delante.
    Jan golpea con fuerza el rostro de Vibi. Los puñetazos se suceden. Una vez. Dos. Tres. Cuatro. Nada puede hacer el joven marroquí, atado a una silla de metal oxidado.
    Pequeñas gotitas de sangre impactan contra mi camiseta. Una me entra en el ojo. Escuece.
    Jan carcajea de vez en cuando. Disfruta sintiendo el poder. Le gusta tener el control. Someter. Dictar normas.
    —Musulmanes, cristianos, judíos… ¡Me importan todos una puta mierda! —exclama—. Me debe pasta, Ezequiel, este hijo de puta me debe pasta. Igual que tú. —Me mira fijamente a los ojos—. La pasta manda, rige mi puta vida. —Cierra el puño y revienta una ceja de Vibi—. No puedo dejar que estas cosas pasen. Tengo que marcar mi puto territorio.
    Imagino mi cabeza bajo la bota de Manu el Gigante —uno de los matones.
    —¡El jefe te está hablando! —suelta el conocido y recién imaginado gorila, dando un codazo a su enorme y descerebrado compañero.
    —No, Manu, no. Recula —Jan le habla como si fuese un perro—. Ezequiel merece un trato distinto. 
    —Es un mierda —suelta Manu mirando a Ricardo, su compañero—. No tiene nada que hacer con nosotros.
    Manu y Ricardo. Gigante y Troncha-caras. Pringado y Miérdalo. Tordo-fresco y Suela-bota. Polla-verrugosa y Culo-peludo.
    —Te voy a pagar —digo mientras esquivo mis pensamientos sarcásticos—. Pronto.
    —Ya lo sé —contesta Jan—. No dudo de tu integridad.
    —¿Entonces? ¿Para qué cojones me haces llamar? Sabes de sobra que me afectan mucho este tipo de quedadas. No me gusta ver cómo revientas a un tipo indefenso.
    —¿Llamas quedada a esto? —inquiere Manu, haciendo gala de su profunda gilipollez.
    No puedo contenerme y contesto de inmediato:
    —Tres amigos que se divierten pegando palizas, atando niñatos, enterrando cadáveres, ajustando cuentas: ¿cómo lo llamas tú? ¿Trabajo? ¿Hacer el payaso? ¿Limpiar el mundo de tipos alimentados por manos negras? ¿Qué harías sin los Vibis del mundo? ¿Limpiar fregaderos de restaurantes chinos, chupar mierda fresca de inodoros, agarrar pollas de toro para meterlas en vaginas de vaca?
    Manu da un paso al frente y cierra el puño. Vienen a por mí.
    Lo miro. Hago cálculos. Entre los dos gorilas pesan doscientos treinta kilos. Si analizasen el contenido de sus estómagos hallarían toda clase de sustancias dopantes. De sus doce litros de sangre, seis son batido de proteínas. Entre los dos suman media novela leída. Para ellos el periódico es cuando a sus parejas les viene la regla. Son el prototipo ideal de idiota. Ovejas anfetamínicas guiadas por el sinsentido.
    Jan saca una pistola y grita:
    —¡Ya está, joder! Liberad al Vibi y que se vaya con su puta madre, ¡venga, cojones! Ya sabe lo que tiene que hacer.
    Manu y Ricardo agachan la cabeza y acatan las órdenes.
    Miro la pistola y digo:
    —Si vas a usar esa cosa conmigo date prisa, he quedado.
    Vuelvo a dibujar media sonrisa en mi rostro. Apuro el cigarro.
    —¡Odio esa puta mueca! —suelta Jan, entre dientes.
    Hoy puede ser mi último día entre los vivos, lo asumo. Mi fachada de tipo duro solo esconde miedos y rencor. Estoy jodido.
    —Dame una semana —intento rebajarme.
    —Olvida la puta la deuda. Te la cambio por un trabajo. Solo uno.
    Nunca quise verme envuelto en ciertos asuntos, pero ya es tarde para recular. No fue buena idea pedirle pasta a Jan. Ahora lo veo.
    —Solo uno —repito.
    —Solo uno.
    —¿De qué se trata?
    —Te lo contaré todo esta noche, en el restaurante  —expone.
    —Ya te he dicho que he quedado —intento bromear.
    —¡Pues lo anulas, joder! —Me mira—. A las diez.
    —Seré puntual.