lunes, 23 de enero de 2017

Las flores sangrantes de Cabezuelo





Gracias al destino, y mucho antes de que su salida al mercado fuese oficial, tuve la ocasión de leer A nadie le importa que sangren las flores, un poemario salvaje, fresco, realista y cruel. Fue brutal, una experiencia que volvería repetir una y otra vez. Me introduje en cada verso hasta formar parte del significado global de la obra —cosa bastante difícil en los tiempos que corren—. Siento que una parte de mí está representada en este trabajo tan especial —realmente bueno, en serio—. Su profundidad y realismo es sorprendente, digno de realzar. Puedo decir, con alegría y sin prejuicios, que se encuentra entre mis obras líricas favoritas.
    Aclaración: en esta ocasión no hablaré de la editorial. Es irrelevante. Nada han podido hacer que ensucie este increíble vómito antisocial.
    No dejes de leerlo. Hazte con uno de la forma que sea, y cuando lo hagas, préstalo, aconseja su uso, difunde, déjate atrapar, deglute sus páginas. No tiene desperdicio —siempre y cuando te guste el realismo sucio—. En el momento que empieces a caminar entre sus versos, te darás cuenta que ya no hay escape y acabarás por arrodillarte ante la cruda realidad de este peculiar diario de batalla: una catapulta de malas sensaciones lanzadas contra el papel en forma de cantos.   
    Realidad en estado puro, crudeza, melancolía: así lo defino. Narra el devenir de un poeta que se siente encadenado a los trenes, al trabajo, a la tristeza y al movimiento global. Palabras de un personaje que bucea en una enorme y poco higiénica taza del váter. Juan Cabezuelo, una lengua capaz de atrapar el amargor de una sociedad sometida al capitalismo y convertirlo en arte.