Sí, ya lo sé, no es una
buena manera. Someterse a hipnosis por primera vez, en plan terapia, siguiendo
los consejos de tu psicóloga, y que el profesional de turno, otro psicólogo, lo
único que haga es darte una buena ración de carne embutida. Te lo dije y no me
hiciste caso. Ir borracho a terapia no es una buena idea. Ya sé que la
psicóloga te dijo lo de la hipnosis, pero no de esta manera. Ella te dio un par
de números, te aconsejó que acudieses a un buen profesional. Lo sé, lo sé. Solo
digo que desde el principio la cosa se fue de madre.
No me lo recuerdes.
Salimos por ahí, bebimos unas cervezas y te
dio por hacer uso de tu smarphone, de la Wikipedia y del buscador. Creíste
haber encontrado al mejor psicólogo-hipnotizador del mundo, sin embargo, su
paupérrima página web era demasiado delatora. Así funciona la generación X, o
la generación Nocilla, ya no sé cómo llamarlo. Lo único cierto es que somos
Autodestructivos. Sociópatas en potencia en manos de sociópatas en potencia. Mentirosos
por convicción. No importa el resultado, sino la vivencia. Poca paja y mucha
aguja.
Voy a parar antes de convertirme en un
periodista deportivo.
Me pediste expresamente que te acompañase,
y eso mismo hice. Cuando llegamos la borrachera estaba en lo más alto de
nuestras cabezas. Aun así, se intuía la debacle con total claridad. Ese tío no
era profesional de nada. Quién mierda lleva una chaqueta de pana marrón con una
camisa de cuadritos rojos y azules. Parecía un leñador con un título de psicología
de polígono, un curandero de poblado, un desequilibrado jugando a ser
terapeuta. Muy de este siglo, la verdad.
Me quedé en la sala de espera hasta que
escuché los gritos y el golpe. Pasó media hora. Cuando entré, vi al
hipnotizador tirado en el suelo, panza arriba, con la bragueta bajada y el pene
fuera. Tú tenías los pantalones por los tobillos y un hilillo de sangre te caía
por los muslos. No me hizo falta mucho más. Ese hijo de puta te había intentado
curar, y tú rechazaste la medicina.
Nada de finales felices.
Dos días después me llamaste. No recordabas
nada. Querías saber si tu fisura anal era lo que creías que era, y te dije la
verdad: «Sí, ese tipo te ha percutido el culo mientras dormías». Sacaste dos
cervezas. Luego otras dos. Te hiciste un par de porros y fumamos. El efecto fue
confuso. Solo llorabas, nada más que eso. No recordabas lo del puñetazo y el
golpe en la cabeza. Pero la realidad fue esa. Le pegaste duro y aquel farsante
se quedó tetrapléjico al darse con el pico de la mesa. Ya no podrá usar su pene con ningún otro paciente.
Deberías estar contento, eres un maldito héroe anónimo.