miércoles, 31 de agosto de 2016

Todo es mentira (dramatización literaria no relacionada conmigo)





X le dice a Y que soy mala persona, que suelo mentir y robar a  familiares y amigos y que no debe fiarse de mí. E me lo cuenta una noche estando de borrachera, sin venir a cuento. Me resulta curioso que E, siendo tan amigo de X y de Y, me cuente todo esto. Pero así funciona el mundo.
    Esa misma noche, estando en las letrinas del garito, tambaleándome como un junco de río y borracho como una cuba, pienso:
    “X es un gilipollas, un puto gilipollas.”
    Sigo pensando:
    “E es un payaso cuya única aspiración consiste en quedar bien con todo el mundo. Se cree importante y no es más que basura. Forma parte de la gran pelota de mierda llamada planeta azul.”
    No puedo dejar de darle vueltas a la cabeza:
    “Y es un crédulo que solo se fía de la gente con la boca grande. Podría ser violado por un cura y creer que está bien, que así lo ha querido el Dios más irreal jamás creado. Forma parte del grupo de retrasados más amplio de la sociedad. Es un idiota del montón.”
    Lo único que puedo decir a mi favor es que miento cuando es necesario, me río de más, hablo poco y suelo estar escondido en mi agujero. No voy por ahí robando a mis amigos o familiares. Invierto parte de mis neuronas en seleccionar correctamente a las personas, o colectivos, o seres a los que debo odiar. Así funciona mi mundo.




martes, 30 de agosto de 2016

Idiota, una obra dirigida por Israel Elejalde





Me siento en la butaca y observo. El decorado me resulta atrayente, a través de su simpleza me adentro en un mundo extraño y envolvente. Intento imaginar. Pienso: “Jordi Casanovas etiqueta la obra como una Dark Comedy”. Sonrío y me digo: “Comedia oscura, dirigida por Israel Elejalde y con Gonzalo de Castro y Elisabet Gelabert a los mandos de la interpretación, ¿qué puede fallar? Nada”.  Miro hacia la puerta. La gente no deja de entrar. Hay expectación, se huele en el ambiente.
    El primer aviso no se hace esperar. Nos dicen que apaguemos nuestros teléfonos móviles y anulemos nuestras alarmas. No hace falta que nos digan que durante poco más de una hora evitemos hacer planes, no somos tan idiotas, creo.
    Un minuto antes de empezar, dirección de producción y dirección artística se plantan frente al público, saludan, se presentan y nos avisan que debido a ciertos problemas técnicos el aire acondicionado no funciona. La honestidad es brutal, cosa que quiero destacar porque se está perdiendo a marchas forzadas. Luego se despiden y dejan que Idiota de comienzo.
     Las luces se apagan. Mis ojos se centran en esa sencilla habitación creada por el escenógrafo Eduardo Moreno e iluminada por Juanjo Llorens. No hace falta demasiado, el Feng shui teatral es un ente con vida propia.
    Todo empieza a moverse. Personaje A y personaje B son el punto más lejano y el más cercano. El sí y el no; el no y el sí. Son el jarro de agua fría y la ducha caliente. Pronto encasillo a Gonzalo de Castro en el papel de idiota, parece haber nacido encima de un escenario. Todo lo que le rodea es suyo. Es un monstruo, al menos, se comporta como tal —sobre las tablas, no vayáis a pensar otra cosa—. Observo y sonrío sin parar. Intento fijarme en ella, Elisabet Gelabert. Es increíble. No me había percatado. Ella ha cedido esa habitación al idiota, casi por completo, a excepción de una mesa de escritorio y cuatro metros cuadrados. La oscuridad de A no consigue absorber la luz de B.
    El personaje interpretado por Gonzalo ha sido seleccionado para participar en un experimento, y está allí para ganar dinero, ese es su fin. Al otro lado del cuadrilátero está ella, Elisabet, la doctora que va a llevar a cabo el experimento. Con esto os pongo en situación. Ella pregunta, él contesta con otra pregunta. Ella intenta reconducir la conversación. A él le da igual todo, está en otra dimensión. Parece ser que ha firmado un contrato sin leerse las cláusulas —¿A qué me suena esto?—. Hasta este punto la comedia promete. La situación es muy irónica, festiva, quizás demasiado de ambos adjetivos. Por momentos me siento como un auténtico idiota.
    Sin darme cuenta, poco a poco, las risas se van convirtiendo en oscuridad. No digo que el color cambie. Es la intención, la firma del director, del teatro Kamikaze, de toda la amalgama de artistas que conforman este proyecto.
    No hablaré de la trama en sí misma, ni mencionaré los enigmas o pruebas a las que se ve sometido nuestro idiota. Solo diré que esta obra ilumina el umbral de la discordia social y gubernamental.
    Sin darme cuenta, el tiempo pasa y la escena cambia casi por completo. Me hace gracia, pero no del mismo modo que al comienzo. Es entonces cuando con chulería, me digo: “Ya lo sabía”. ¿Qué sé? ¿Qué soy idiota? ¿Un idiota más? No, sabía que la gran mano de los kamikazes no tardaría en aparecer y lanzar su mensaje.
    La obra representa las trampas de la vida. Metáfora de los obstáculos que no queremos ver y nos invaden mientras no hacemos nada. Cogemos el camino fácil sabiendo que realmente es el difícil, ¿o es al revés? Supongo que todo depende de nuestra personalidad. Puede que te sientas identificado con A, o igual con B, no lo sé. En mi caso he sido secuestrado por un mensaje global que tiende a enamorarme.




 

lunes, 29 de agosto de 2016

Concilio para idiotas





Hemos quedado en la mañana.
Me hallo tranquilo, estoy seguro.
Rellenamos los papeles, solo eso.
Ellos no quieren morir desnudos,
y a mí, por contra, me sobra la ropa.
No existe el miedo, solo el lamento.




John Garnett: El triunfo de la revolución, de Ignacio Bassetti





Conocí a IgnacioBassetti en una red social, gracias a otro escritor. Una cosa llevó a la otra y acabé con sus viñetas frente a mis ojos. Un idilio desde la primera página, un no parar de reír, pensar e imaginar. John Garnett, el personaje principal, está loco de remate. ¿A qué se dedica? Es un detective psicópata que se mofa de las buenas formas y va por ahí regando el mundo con sangre y transformando situaciones. No tengo claro si es el personaje quien  conduce a su autor o al revés. Por momentos siento que John está vivo, lo cual, dice mucho de Ignacio Bassetti. No es fácil crear historias tan dinámicas como las que contiene el Triunfo de la revolución. Habéis leído bien, sí, la obra está compuesta por varias historias independientes, dispares y rebosantes de ironía y acidez.
    No soy muy dado a desglosar y desmembrar, pero en esta ocasión lo haré, aunque sea un poco, lo justo para que el veneno de Bassetti se adentre en vuestros cerebros e intentéis haceros con su obra —publicada por Ápeiron Ediciones.
    Aquí va mi pequeño granito de arena, lo que para mí han significado cada uno de los capítulos de este magnífico cómic:
    Mensajes del más allá es la abertura, la presentación del personaje y cuyo final me dejó de piedra. La trama está relacionada con la experimentación con la muerte.
    Enseres de otra dimensión es la segunda historieta. Y como no podía ser de otra manera, Ignacio vuelve a sorprenderme. En este caso todo gira en torno a seres venidos del espacio exterior.
    Continúa con Sueños de robot, una tira surrealista relacionada con los sueños y enfocada a los horizontes remarcados por Asimov y sujetos a las leyes de los robots. Puedo aseguraros que encontrareis sangre y sesos desparramados, en todos los sentidos.
    En Legislando John Garnett ocupa un puesto en un partido político y hace que se apruebe la ley de Homicidio legal.
    El nuevo smarfon no necesita presentación, quizás se trate de la historia que más gracia me ha hecho. Muy cruda. Relacionada con la publicidad y sus consecuencias sociales.
    Y por último nos encontramos con El triunfo de la revolución, en la que John acaba siendo un dictador enloquecido y cruel. La muerte es la única solución, la solución para todo.
   
En serio. Puedo asegurar que este cómic es una delicia en todos los sentidos. Crudo. Salvaje. Soez. Elaborado con mucha inteligencia. Y muy ácido. No dejéis que se escape la oportunidad.





miércoles, 17 de agosto de 2016

Hasta el tuétano, de Juan Cabezuelo





Iré al grano. Lo primero es destacar la historia en sí misma, muy ligada a la intención del autor —incisiva y cruel, barriobajera—. Se trata de un trabajo fresco, crítico y muy bien pensado, fácil de leer. Para que os hagáis una idea literaria, podría compararse a ciertas obras de Irvine Welsh o de W. R. Burnett. Muy del rollo cinéfilo de Tarantino o Guy Ritchie. En definitiva, para mi gusto, que no es malo, la novela de Juan Cabezuelo posee un ritmo salvaje y frenético que me apasiona, ideal para la temática criminal elegida y muy vacacional, para cogerla en tres días y devorarla.
    Destaco el halo poético y la gran crítica social y humana que hace. No deja títere con cabeza. Cada párrafo es una puñalada trapera y malintencionada directa al hígado. Los personajes son muy de la calle: drogadictos, asistentas, viejas viudas, capos, lugartenientes con complejo de inferioridad, travestis, matones sin principios, prostitutas y niñatos. Un cóctel prometedor que no defrauda en ningún momento. Shakespeare habría aplaudido el final de la historia hasta morir de un infarto, puedo asegurarlo. No tiene desperdicio.
    La trama se desarrolla en Barcelona y, en un principio, gira en torno a Tétanos, un ratero de poca monta que se cree inmortal y roba a quien no debe, cuando no debe e implicando a todos los personajes —lo hace sin tener la más remota idea, claro; de otra forma no tendría tanta gracia—. Es increíble la que se lía. Mucha sangre, sexo, orina, sudor, nervios y agonía.    
    La única traba de la novela es el trabajo editorial, que estropea la forma sin venir a cuento. Como editor independiente soy consciente de la exigencia que debe tener un autor consigo mismo, pero también lo soy de la cantidad de historias realmente buenas, como es el caso de Hasta el tuétano, que no reciben el cariño que merecen y son destrozadas por editoriales cutres repletas de carroñeros. Muchos autores, dignos de tener un hueco en el mundo literario, son tratados como monederos andantes por este tipo de empresas —frías y despiadadas, muy alejadas del arte y las emociones positivas—. Todo se habría solucionado con una buena revisión y una unión de conceptos, pero claro, para eso hay que gastar dinero y trabajar, y con lo que se roba a los autores no llega.
  
Por mi parte, voy a defender esta obra porque lo merece y me da la gana. Un autor así, con una calidad mental tan fuera de lugar, que se atreve a decir cosas que parecen no existir, tan necesarias en el mundo, necesita recibir algo a cambio. Cuando encuentre un editor que quiera modelar sus obras lo veremos como lo que es: un talento en alza con mucho margen de mejora. Juan Cabezuelo, amigos.