miércoles, 6 de agosto de 2014

Planeta empresarial





Soy Harry Princhettas, el pesado de los textos que no llegan a puerto, y hoy voy a mojarme de verdad. Voy a hablar de las empresas que dominan el planeta y de la huella que están dejando en el sistema. Cuidado, amigos, el enemigo lleva años diseñando nuestras vidas.

   

Me parece increíble ser testigo de tal involución laboral. Los trabajadores y clientes hemos pasado  de ser números asociados y nos hemos convertido en códigos específicos. Puede parecer lo mismo de siempre, pero no lo es. Antes solo éramos números, y nada más (ironía ácida). Las firmas internacionales son como grandes depredadores planetarios, todo aquello que se sale del puro y duro negocio es carne reemplazable, no importan las vidas ajenas, o la integridad de las personas. Su única misión es reunir dinero y aumentar el rango de poder. Es como un videojuego gigante en el que todo vale. Adoptan psicópatas laborales, maltratadores, alcohólicos, gerentes sin corazón, sicarios administrativos, abogados del diablo y trabajadores adormecidos (sobre todo eso). Pero siempre se les cuelan virus, personas errantes que no se dejan encadenar, y eso es un peligro, ya que estas personas despiertan a los adormecidos, y eso no puede ser. Entonces las empresas se ven obligadas a purgarse, a vacunarse contra la realidad, a desterrar a los infectados, a pudrir el sistema. Lo hacen sin pudor, sin emociones, con frialdad. ¿Por qué lo hacen? Porque les damos libertad y les cedemos el poder, somos su garantía de éxito, nos tienen encerrados en una mentira nauseabunda y destructiva. Tienen todas las cartas de la baraja en su mano, o casi todas (realmente no tienen nada, pero bueno, seguiré el juego), y conforman las partidas a su antojo. Las empresas se rifan el planeta, compran políticos, se hacen con el control de las masas, dominan los mercados y eliminan al pequeño empresario (el término se puede ampliar: eliminan artistas desconocidos, deportistas de segunda clase, diseñadores, personajes que no saben tener la boca cerrada...). Ni siquiera los que portan las cartas tienen el poder, es la corporación la que manda, todo es prescindible, todos lo somos. Esos tipos de corbata, altivos, arrogantes y chulos, son otra parte de la cadena, y ellos también caen. Lo mismo digo de las nuevas féminas corporativas, esas jefas que se creen dominadoras de la raza humana. Somos el alimento del planeta empresarial.

    Los conceptos han cambiado, y lo digo en serio, muy en serio. Ahora te llaman, te dan una palmadita en la espalda, te mienten de forma agradable y eliminan tus derechos. El despido laboral se ha transformado en la mayor de las mentiras: te obligan, te incitan, te empujan, te sonríen y, al final, desapareces sin dejar huella y les mandas a la mierda (perdón por la expresión, pero la salud mental es lo más importante). Las empresas tienen el poder de decidir qué se puede vender (concepto ampliable), no importa la calidad, da igual que exista algo mejor, lo importante es seguir avanzando, comer mundo, chupar del paneta. Ellas eligen que director merece la pena, que escritor debe llegar, que deportista es el adecuado, que albañil, que político, que jefecillo. No digo que sea imposible salir a flote, solo advierto del control que ejercen sobre nosotros las grandes compañías, las grandes marcas.

 *
Observo las huellas que dejan los monopolios, son visibles a larga distancia, con leer un periódico o ver el telediario es suficiente. El conformismo y la resignación son las marcas más profundas y sucias, no cabe duda (quedarán para siempre impresas en la historia del ser humano). La población tiene miedo, un miedo absurdo e infundado. Es triste ser testigo de tal vileza, de verdad, duele mucho, ya ni lo siento, simplemente deseo cambiarlo todo, repartir alegrías, huir, escapar del comercio gubernamental. Sin embargo, al analizar mi entorno cercano, observo cosas que me extrañan, y una de ellas es el subgénero humano que está naciendo: los adaptados (o zombis). Buitres creados para joderse y joder al despierto, los fichajes estrella de cada sección, de cada empresa, de cada gran superficie; no importa el rango o la altura, están por todos lados. Ellos acatan las órdenes, se las comen, las mastican, se las tragan, las regurgitan y las degluten por última vez sonriendo hacia los lados. Vomitivo se mire por donde se mire. Gracias a ellos, hipnotizados por las corporaciones de la gran cúpula, el resto tiene que pasar por el aro. Y no les culpo, ellos no tienen la culpa, no hay que odiarles. Todos somos uno de esos adaptados, en mayor o menor medida, pero lo somos. Algunos por no gritar lo suficiente y otros por callarse como bellacos retorcidos. No existe la verdad del siglo XXI, la estamos escribiendo todavía. Por eso tengo esperanzas de que todo cambie.



Ejemplo Princhettas:   

El otro día me compré unas buenas zapatillas de una marca desconocida, muy baratas y de excelente calidad. Bueno, pues ya están saliendo textos fantasmas y montajes víricos en su contra. “¡INCREIBLE!”. Así funciona esto, todo vale. La verdad depende de lo crédulos que seamos, es sencillo. Eso sí, no lo dudéis, si una marca nueva se presenta en la piel de un deportista de élite, el concepto se transforma por completo. “Si quieres, debes verlo”. Es una gigantesca mentira, una farsa. Al final los pequeños comerciantes son ligas menores, supervivientes, vagabundos de galería, mendigos de mercadillo. Es patético, lo sé, pero la realidad supera a la ficción.


SNK Imagen, Dr. Irreverente & Danson.

1 comentario:

  1. el quijote tenía el don de ver gigantes allá donde otros solo veían molinos, afortunado él.

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