jueves, 15 de mayo de 2014

El diario discontinuo del Sr. Humo. III



Fatiga horaria (tercer día).

No sé cómo empezar, tengo tantas cosas que contar, tantos recuerdos, tantas anécdotas. Cada día es un mundo nuevo, un cambio de rumbo, una nueva historia. Se amontonan las ideas, los conceptos, las pretensiones. Es el paso del tiempo, debe ser eso, al menos, así lo veo desde mi trono de porcelana. Los años me han ido moldeando, pero la corriente principal siempre ha sido la misma. Hoy aquí, mañana allí. Es insustancial. El avance es una enorme criba de emociones, desengaños y amistades. Y ahora, en este preciso instante, estoy sentado en ese trono de porcelana, fumando y plasmando ideas en un cuaderno, sonriendo. Tengo muchas cosas que contar, y las escribo, las descifro, las camuflo entre frases superficiales. No voy más allá, no quiero inventar nada, no quiero ser catalogado. Mis pretensiones no existen, simplemente aplaco ciertas voces internas. Escribo para sentirme libre, y lo consigo. Desde el otro lado puedo crear personajes que no tienen miedo, puedo fabricar mundos, construir arquetipos, matar y hacer que dos asesinos se enamoren. Desde el otro lado soy capaz de morir y resucitar. Entro en trance y disparo. Lo hago por mí, soy feliz perdiendo el tiempo, soy feliz siendo un “perdedor”. No busco, encuentro.
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El otro día leí algo, un comentario: “No me gusta cuando ciertos tipejos, en sus perfiles de las redes sociales, se hacen llamar escritores. Muchos no lo son, y nos quitan peso a los auténticos escritores”. Me llegó al alma esa coletilla, esa rabieta artística. Y me hizo pensar en el universo cibernético, en las nuevas leyendas. Las redes sociales son una irrealidad absurda, una aventura de ciencia ficción. Es cierto que pueden ser muy útiles: se encuentran amistades perdidas, se conoce gente, cuelgas tus fotos, cuentas un poco tu vida, difundes tu obra (si tienes algo que difundir) y te fabricas un personaje. Pero no voy a hablar de las ventajas de las redes, voy a hablar del engaño. Uno no se puede enfadar por un acto libre. Cada persona, o personaje, puede ser lo que quiera allí dentro. La esencia es la que nos define, y nuestra esencia reside en todo nuestro ser, en nuestras cosas. Nada se escapa. La autenticidad prevalece.
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Cada día retraso más la hora de irme a la cama. Escribo hasta tarde. Después ceno y veo un rato la televisión, a ser posible cine. Al final me acuesto de madrugada, y me encuentro cansado, me pesa el alma. Intento llevar una vida normal, y creo ese es el peso, es una jodida carga. La normalidad apesta, la rutina social es insoportable, un tedio, no dice nada. Todos los días son una réplica exacta (eso venden). Y cuando hay días libres los devoro de forma salvaje. Locura horaria, eso es. Solo quiero sentarme a escribir, pasear, odiar el sistema en paz y harmonía, sin que nadie me haga ver mentiras. Quiero un trozo privado de naturaleza. Quiero tener un pedazo de tierra gigante y alejarme de la ciudad.
    Este diario es el comienzo de una nueva vida. Es la descripción del camino. Voy a hablar de mis verdaderos motivos. Son tantas las cosas que no me gustan que esto se va a parecer a la sinopsis de un melodrama serie B. Pero soy positivo, la senda del perdedor está plagada de momentos de alegría extrema.
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Siete de la mañana. Caras de resignación. El jefe, sin ganas de conversación, está sentado en su pútrida silla, delante de la pantalla del ordenador. Juega al buscaminas (la incompetencia se viste de gala). Posee un gesto muy normal en estos días, es una cara neutral, se siente culpable por la vida que lleva, y es algo genérico en el mundo actual, sin embargo, eso no justifica ciertos comportamientos. Siempre nos pasa lo mismo: nos miramos y estalla la guerra. Él ocupa un pedacito de trinchera, mi posición es más jodida, no estoy en ningún sitio a la vez, y es por decisión propia, me posicioné en su día y me mantengo firme. Él conoce mi punto de inflexión principal, pero si todo revienta siempre es porque quiero. Tengo el control, y lo he tenido desde el principio. Su naturaleza es vil, cobarde, rastrera. No tiene escrúpulos. Su leyenda negra sobrepasa ciertos límites relacionados con el poder otorgado. Pero conmigo no puede, y lo sabe. No tengo miedo al despido.   

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